Epidemia de viruela en el siglo XIX
Hace cinco años, el mundo era presa del temor y la incertidumbre con el inicio de la pandemia del COVID-19, con largos períodos de confinamiento y el doloroso conteo diario de víctimas mortales, cuando la ilusión de una vacuna en poco tiempo era mínima.
Una situación que, tristemente, la humanidad ha tenido que superar en reiteradas ocasiones, como lo presenta el periodista Carlos Dáguer en De brazo en brazo: una odisea de una vacuna, una crónica de largo aliento sobre la epidemia de viruela que asedió al mundo en el siglo XIX.
Lo que muchos no saben es que, a comienzos de dicho siglo, un incidente parroquial en el Virreinato de Santafé de Bogotá puso en marcha una serie de acontecimientos que terminaron en la primera campaña de vacunación mundial de la historia, promovida por la corona española.
Una delegación encabezada por los médicos Francisco Javier Balmis y José Salvany partió del Viejo al Nuevo Mundo con la misión de conducir una cadena de niños vacuníferos para inmunizar contra la viruela a sus súbditos en todas las colonias.
Lo que Carlos Dáguer hace en este libro es un paso a paso de cómo fueron esos 4.500 días, de las peripecias que vivieron sus protagonistas en mar y tierra, y de las reacciones ante una epidemia y la solución para prevenirla. Una historia fascinante sobre el miedo y el coraje de la humanidad.
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«Los informes sobre la salud en el Nuevo Reino de Granada al despuntar el siglo XIX no eran precisamente alentadores. A la par de la difusión de la viruela desde el sur, la fiebre amarilla amenazaba con expandirse desde el norte. El naturalista prusiano Alexander von Humboldt, que para esas fechas iniciaba su segunda incursión en aquel territorio que se llamaría Colombia, anotaba que varias personas en Cartagena habían muerto con síntomas de esta otra enfermedad: «Si la fiebre empieza allá —pronosticaba—, se extenderá probablemente al interior, hasta Honda, debido al tráfico por el río, a la similitud del clima y a la tremenda insalubridad del aire en el cauce del Magdalena»», dicta el autor en una de las páginas del libro.
En Santafé de Bogotá, José Celestino Mutis finalizaba un informe sobre el estado de la medicina y la cirugía en el virreinato. El sabio multifacético —sacerdote, médico, cirujano, botánico, geógrafo, matemático, profesor— tenía entonces 69 años. Más de cuatro décadas habían pasado desde el viaje que lo trajo desde España; llevaba 18 años consagrado a la dirección de la Expedición Botánica, y honraba el papel de «oráculo de este reino» que él mismo se había dado. Ciertamente, no había decisión relacionada con la salud, la educación o las ciencias que no fuera consultada con él.
En otra de las páginas del libro se lee: «El diagnóstico expresado en su escrito era desolador. Si ese territorio —indistintamente llamado Nuevo Reino de Granada, Virreinato de Nueva Granada o Virreinato de Santafé— no era «opulentísimo», era por culpa de las enfermedades y de esos pobladores que habían decidido asentarse en sitios tan malsanos».
No era un panorama sencillo: «Ante la escasez de médicos y cirujanos, abundaban curanderos y charlatanes. De las atenciones de los primeros se beneficiaban virreyes, arzobispos y demás principales. Mutis aseguraba que, en tiempos de epidemia, los médicos quedaban tan fatigados que la muchedumbre, inevitablemente, quedaba a merced de los otros».
«Mutis podría ser el oráculo del reino, pero jamás había visto en vivo un grano vacunal. Por eso aceptaba con humildad que solo se guiaba «por instrucciones puramente teóricas» y que podía engañarse por la falta de práctica. «…he hallado en ambas ocasiones señales tan equívocas de la verdadera vacuna que no puedo decidirme en favor de su deseado descubrimiento»», anotó.
«La vacuna era, pues, el pilar para el aumento de brazos, brazos que convertirían las zonas estériles de la «amena y deliciosa campiña» en una tierra fértil y «abundante de azúcares, mieles y maíces». La inmunización contra la viruela dejaría ver el poco provecho que hasta antes de la campaña la villa sacaba «de tanta diversidad de muy hermosas y ricas maderas que, trabajadas y cuidadas, le darían su distinguido lugar entre las poblaciones mercantiles». Esos brazos arreglarían los caminos, desaseados y escasos de puentes sobre los ríos, que tantas demoras causaban a los pasajeros, y facilitarían el comercio con la capital y con Antioquia. Lo decía un testigo y una víctima de esos caminos. Y eso que aún tenía pendiente un trecho largo hasta Santafé de Bogotá por una ruta que lo único que parecía haber causado a los viajeros era penurias», otro de los apartes del libro.
(Colprensa)