Hombres y mujeres de distintas edades fueron asesinados y torturados; hechos horrendos que el país no puede olvidar y mucho menos politizar de manera ruin y baja. A los jóvenes de Soacha los mataron de manera cobarde, y luego los hicieron pasar por combatientes de las guerrillas “eran terroristas” Repetía el gobierno de turno. Estos delitos despiadados son terribles y las Fuerzas Militares fueron culpables; los militares confesaron y, arrepentidos, pidieron perdón, esperando que nunca más en una democracia como la nuestra volviera a pasar un acto tan cobarde y ruin.
Y la realidad es que pasó. El representante a la cámara Miguel Polo Polo agarró el símbolo que las madres de los desaparecidos y torturados, perjudicados por el Estado, habían creado y lo tiró a la basura. Se trataba de un acto para conmemorar el infame asesinato de estos jóvenes y recordarle al país que nunca más se repetirían estos hechos inhumanos, pero el congresista lo desestimó. Salió sonriente en un video y pisoteó el legado de los asesinados. Polo Polo se equivoca; no serán 100 botas pintadas, volverán mil y mil más. El país no puede olvidar las masacres, ni los asesinatos, ni los desaparecidos, ni los crímenes del Estado.
Es imperativo que recordemos y honremos a los afectados de estos hechos horrendos. El recuerdo de aquellos que sufrieron y perdieron la vida debe permanecer vivo en nuestra conciencia colectiva. No podemos permitir que el tiempo borre la historia y que las lecciones aprendidas se pierdan.
La impunidad y el olvido son los mayores enemigos de la equidad y la reconciliación. Debemos asegurarnos de que los responsables de estos crímenes rindan cuentas y que los afectados y sus familias reciban la reparación y el reconocimiento que merecen.
La historia es un derecho fundamental que nos permite aprender del pasado y construir un futuro más justo y equitativo. No podemos permitir que políticos como Miguel Polo Polo, que se burlan de los afectados y pisotean su legado, nos lleven por el camino del olvido y la impunidad.
Es hora de unirnos y exigir que la realidad, la equidad y la reparación sean una realidad para todos los perjudicados por la violencia y el terror. No podemos permitir que el recuerdo de los afectados se desvanezca con el tiempo. Debemos mantenerlo vivo y luchar por un futuro en el que nadie tenga que sufrir lo que ellos sufrieron.