El jueves pasado, James Rodríguez logró dos hitos históricos con la selección Colombia que realmente destacan su relevancia: se convirtió en el colombiano con más partidos jugados en eliminatorias, alcanzando 55 apariciones, y también se posicionó como el máximo goleador del país en esta competencia, con 14 goles superando a Radamel Falcao. Estos logros son un recordatorio de su impacto internacional, especialmente después de haber sido goleador en el Mundial de Brasil 2014, un título que es difícil de igualar para cualquier jugador colombiano.
Después del partido, James tuvo un gesto silencioso pero muy significativo: se quedó solo en el campo del Estadio Metropolitano, descalzo, despidiéndose de Barranquilla como escenario de eliminatorias. A sus 33 años, es probable que no regrese en este contexto, y su ritual fue un reflejo de gratitud y respeto hacia la afición, sin necesidad de discursos o cámaras.
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A pesar de sus logros, James sigue siendo resistido en algunos sectores, donde su talento y logros internacionales conviven con críticas sobre su carácter, sus gestos o momentos de bajo rendimiento. Sin embargo, su zurda, visión de juego y capacidad para cambiar un partido lo mantienen como un jugador irremplazable en el esquema nacional.
Incluso con altibajos, James ha sido protagonista en la actual eliminatoria, recuperando protagonismo y demostrando que su experiencia y liderazgo son esenciales. La historia del fútbol colombiano demuestra que, muchas veces, los ídolos se valoran con reservas, como sucedió con Valderrama, Rincón, Higuita y Falcao.
El legado de James Rodríguez va más allá de goles y récords: es un símbolo del talento colombiano que, tarde o temprano, será reconocido plenamente por todo el país, tanto en la cancha como en la memoria de los aficionados.
