Vicky Dávila ya no es periodista. Y decirlo no es un ataque, es una obligación ética para quienes aún creemos en el periodismo como un servicio público, no como un arma electoral. Estudió comunicación, trabajó muchos años en medios, tuvo micrófono y cámaras, sí. Pero eso no la convierte automáticamente en periodista hoy. Lo que hace no es informar: es agitar, atacar, fabricar escándalos con fines políticos y promover su nombre como candidata presidencial. Su discurso dejó de estar guiado por la imparcialidad, y ahora responde a una sola lógica: la del cálculo electoral.
Lo que hace no es periodismo, es politiquería disfrazada. Usa los escándalos como campaña. Filtra supuestos chats y documentos sin contexto ni verificación, justo cuando más le conviene levantar su perfil. Habla como candidata, actúa como candidata, ataca como candidata, pero se esconde detrás del periodismo para blindarse de la crítica. Dice que investiga, pero en realidad edita, fragmenta, manipula y expone solo lo que le sirve para dañar a un sector político, el que ella busca enfrentar, y lo hace bien como política pero arropada en el periodismo y sin la más mínima responsabilidad profesional busca agrandar su imagen y no ofrece derecho a réplica, no contrasta versiones, no aclara fuentes, no se somete a estándares básicos de rigor. En el fondo, no quiere informar: quiere ganar aplausos, votos y poder.
El caso de los supuestos “chats secretos” contra Gustavo Petro es el ejemplo perfecto. Lo presenta como si fuera una bomba ética, cuando en realidad es una jugada política. No hay confirmación judicial, no hay autenticación digital, no hay verificación forense. Lo que sí hay es escándalo, morbo, insinuaciones, frases sacadas de contexto y una narrativa construida para golpear a un adversario político en el momento preciso. ¿Quién se beneficia? Ella. ¿Quién pierde? El periodismo, la opinión pública y la democracia. Porque todo termina reducido a un espectáculo donde la verdad importa menos que el ruido.
Vicky Dávila no solo dejó de hacer periodismo: traicionó sus principios. Se comporta como una politiquera profesional, de las más peligrosas, porque disfraza su ambición personal de indignación ciudadana. Se vende como independiente, pero su agenda es clara: golpear al Gobierno, congraciarse con la derecha radical, victimizarse cuando la critican y ganar posicionamiento para su candidatura. En lugar de debates, siembra odio. En lugar de argumentos, lanza acusaciones. Y en lugar de periodismo, hace montaje.
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No hay nada más dañino para la libertad de prensa que quienes la usan como escudo para manipular a la opinión pública. Vicky Dávila no defiende el periodismo: lo prostituye. Y mientras se mantenga en ese doble juego entre medio de comunicación y campaña política, su palabra no tendrá credibilidad. Porque no habla como periodista. Habla como candidata. Y actúa como politiquera.